Experiencias

Caminabas

Ésta era la Calle Real de Sabana Grande. La llegada del Metro en 1983 trajo consigo el Bulevar. Un magnífico espacio para caminar, para sentarse a tomar un café, conseguir una película que ver o simplemente pasar el rato.

Y caminabas. Andabas por el bulevar y te sentías libre. De Chacaíto a Plaza Venezuela caminabas sin temor. Sin plan previo, sin mirar a los lados, sin ver hacia atrás. Simplemente caminabas.

De cuando en cuando te detenías a ver las vitrinas. Todas las grandes tiendas estaban allí ¿Te acuerdas? Había una tienda donde tenían un maniquí de una mujer haciendo ejercicio en una bicicleta eléctrica. Estuvo allí por muchos años.

En pleno Sabana Grande estaba Patirrín, una gran pista para patines y patinetas que era una de las grandes diversiones de la época.

En ese breve recorrido había nueve salas de cine. Dos en Beco, tres en el C.C. Chacaíto, dos en el Broadway, la de La Previsora y la gran sala del Radio City. Te ibas a caminar a ver en que película te metías y si no había nada que hacer, o querías matar el tiempo entrabas a la función de cine continuado.

Las mejores opciones para comer estaban allí. El papagayo, el ovni, el Drugstore con sus perros calientes de medio metro, il forchettone. Hacia Sábana Grande había muchos cafés. El más importante, ya en Plaza Venezuela, el Gran Café. Las opciones de comida árabe estaban en la calle Villaflor y el Callejón de la Puñalada. Una cuadra más arriba, el Sartén de Plata, la Casa Urrutia y cerca, por Las Delicias, un magnífico restaurante francés llamado Le Coq D’or. Algunos de ellos aún existen, pero no es igual. Otros se mudaron a zonas como Las Mercedes (nada que ver).

Los discos se compraban en Don Disco, en el CC Chacaíto. Los más sifrinos compraban discos importados en La Media Nota del CC Único y para grabarlos, en el propio Bulevar comprabas los cassettes vírgenes TDK a algún buhonero.

El ambiente ¿recuerdas el ambiente? Una ciudad donde no te sentías obligado a usar el carro. Una ciudad amable que te invitaba a caminar, con espacios para la gente, sin riesgos, sin rejas, sin ruidos, sin la aplastante paranoia que te lleva a sentir que en cualquier momento te van a robar.

De aquello queda poco, casi nada. Sólo la añoranza. Por muchos años hemos sido presos de los Centros Comerciales y ahora somos presos de nuestras casas.

No podemos olvidar ese pasado. Me niego a olvidar ese pasado. Ese pasado es el faro que debe guiar nuestro futuro. Algún día Caracas volverá a ser una ciudad más humana.

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