Opinión

La “Des-Ciudadanización Sistemática”

En el último mes, hemos visto cómo algunos Guardias Nacionales y Policías han actuado con la mayor saña en contra de aquellos que, con toda justicia, reclaman sus derechos en las calles de Venezuela. Bombas lacrimógenas son lanzadas indiscriminadamente en sentido horizontal y a quemarropa, ciudadanos son arrastrados, pateados, golpeados de manera colectiva sin ningún tipo de compasión ni miramiento y esta locura represora ha dejado un saldo de decenas de pérdidas humanas.

Una y otra vez, en diversos espacios he escuchado la misma pregunta durante los últimos días ¿Por qué actúan así? ¿Cómo pueden ser tan desalmados con sus propios coterráneos? ¿Por qué un personal militar o policial que debería protegerme me agrede de esta manera?

Hannah Arendt, filósofa y periodista alemana, brinda una posible respuesta en su concepto de  la Banalidad del Mal. Esta tesis la generó Arendt mientras presenciaba el juicio del Adolf Eichmann, militar Nazi responsable de la matanza de miles de judíos en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial.

Durante el juicio, al brindar su testimonio, Eichmann expresó: “No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia”.

Arendt realizó un análisis sobre el militar Nazi, el cual publicó en un libro llamado “Eichmann en Jerusalén, un ensayo sobre la Banalidad del Mal”.  Allí, la filósofa no pinta al Coronel Alemán como un frío y despiadado asesino. Por el contrario, indica que actuó simplemente como un burócrata que cumplía órdenes de sus superiores y que su interés fundamental fue quedar bien con estos para ascender en su profesión.

Evidentemente, Eichmann fue hallado culpable y fue condenado a la horca. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas fueron lanzadas al mar en aguas internacionales en presencia de sobrevivientes del Holocausto.

Un discurso de “des-ciudadanización  sistemática”, nos ofrece otra respuesta que podría dar explicación a los descarnados actos de agresión propiciados por ¿nuestras? fuerzas del orden. Durante los últimos 19 años, hemos escuchado el más variado abanico de “adjetivos descalificativos” que sistemáticamente han hecho mella en el reconocimiento de los otros.

Desde 1998, hemos observado una evolución en el uso del lenguaje para referirse a todas las vertientes posibles de la oposición: frijolito, escuálidos, majunches, traidores, apátridas (los que quieran patria, vengan conmigo), imperialistas, pitiyanquis, agentes de la CIA y, últimamente vemos como todos los voceros del des-gobierno se refieren a los jóvenes que van a la vanguardia de las marchas, llevando golpes, bombas y plomo, como terroristas. Así, poco a poco, los símiles y los adjetivos se han ido convirtiendo en sustantivos y ya no somos ciudadanos sino simplemente apátridas, pitiyanquis, escuálidos guarimberos y terroristas. Además, varias de estas expresiones denotan o connotan alevosamente una relación directa con otros países o intereses foráneos a Venezuela.

Esta “des-ciudadanización sistemática”, sumada a la obnubilación por el poder que puede brindar un fusil, hace que esos guardias o policías no vean frente a sí a un paisano o a un compatriota con intereses comunes a los suyos, con un ideal conjunto de Estado-Nación, sino a un enemigo de la patria, un representante de intereses foráneos (en el mejor de los casos) o a un terrorista que es capaz de sacarle las tripas a su madre en el medio de la noche (por algo cantan lo del puñal de acero). Por eso, no les tiembla el pulso al lanzar gases lacrimógenos desde un helicóptero, cargar las escopetas de perdigones con tornillos o bolas de plomo o tirarle un bombazo a alguien en el pecho a 1 metro de distancia.

A algunos, la actitud de estos funcionarios nos parece tan incomprensible que la teoría de la cubanización de las FFAA resulta más que valida. En efecto, no me extrañaría que hubiera soldados cubanos infiltrados entre las fuerzas del des-orden público (con el perdón de la banda). Sin embargo, la posibilidad de que sea en un porcentaje mayor al 20% resulta francamente absurda.

No. En el país hemos vivido una involución de la ciudadanía (como concepto), orquestada exprofeso desde los estamentos del poder mediante el uso de la mayor arma que tiene el ser humano: el lenguaje.

El riesgo que corremos, es que cuando todo esto haya pasado, la profunda exclusión de la que hemos sido víctimas nos deje en una posición contraria y terminemos propiciando una cacería de brujas. Los culpables tendrán que pagar, pero con un debido proceso. Tendremos que respirar profundo y recurrir a la historia, leyendo a Gandhi, a Luther King y a Mandela para reorganizar la Nación. Si no es así, presenciaremos cómo los ciudadanos se despojan de su investidura para convertirse, una vez más, en aquello que criticaron.

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