Un amigo, que vive en Francia, me dijo hoy que los CLAP son una «respuesta para dar al pueblo los alimentos que nos niega la guerra economica, como parte de la cartilla ‘revoluciones de colores’ made in gringolandia».
Mi respuesta:
Oh… ¿Eran para eso? Qué buena idea. Yo pensaba que era una actividad populista y clientelar organizada como un mecanismo para ilusionar a la gente tratando de mantener el poder por el poder, pero ahora entiendo que como últimamente no hay mucho dinero, gracias a la baja de los precios del petróleo, producto de la conspiración de los poderes económicos del mundo contra la revolución bonita, yo veo a diario familias hurgando en la basura frente a mi casa para poder comer.
Debe ser por la falta de ingresos en nuestra balanza de pago y no porque nuestra política de desarrollo endógeno aún, tras 18 años, no ha podido cuajar bien, tú sabes, vainas de la guerra económica que nos tiene montado el capitalismo mundial. Yo que pensaba que los boliburgueses se embolsillaban la plata. ¡Qué errado estaba!
Debe ser por estas razones que cuando llega la bolsa del CLAP, si es que llega, más de la mitad de los productos son importados. Porque los poderes oscuros del mundo han saboteado la siembra de arroz en Guanare y tienen que repartir Nestea y Ketchup brasilero, que terminan en la venta del mercado negro. (Les debe doler, ¡tanto que se preocupan ellos por la nutrición de su pueblo!).
En fin, yo tuve un mal sueño estos días, donde vivía bajo los designios de un gobierno populista que pretende mantener el poder por el poder y que lanzaba gases lacrimógenos a la gente desde un helicóptero y me decía que yo (¿yo?) pertenezco a las más bajas miasmas del río Guaire.