Tecnología

La consolidación del Conocimiento Abierto:
El reto de los años 20

A medida que nos adentramos en este siglo, el concepto de Conocimiento Abierto ha ido cobrando más auge: cada vez hay más software desarrollado colaborativamente, las universidades del mundo están abriendo espacios masivos de formación, hablamos de gobiernos en línea, y las gestiones públicas y privadas se están viendo forzadas a ser cada vez más transparentes. Poco a poco, el espacio público del internet se va tornando en una plaza para el ejercicio de la ciudadanía, donde, mediante la inteligencia colectiva, son los propios usuarios los que van desarrollando nuevos procesos de cognición e innovación. Para llegar a este momento, la humanidad ha tenido que pasar por una evolución tecnológica que ha sentado las bases para un cambio que implica dejar de ver el conocimiento como un bien personal para asumirlo como un insumo para el desarrollo social.

El perfeccionamiento de los equipos de cómputo y la consecuente tecnología multimedia, el salto cuántico que implicó la aparición de las interfaces gráficas y las redes de computadoras, así como su miniaturización y portabilidad, representan hitos fundamentales que forman el sustrato sobre el cual hoy podemos hablar de Conocimiento Abierto.

A principios de los años 70, un equipo de computación ocupaba mucho espacio. Los mainframes llenaban salas completas en las sedes de grandes corporaciones, almacenando datos en discos duros del tamaño de una lavadora o mediante gigantescas grabadoras de cintas magnéticas.

Aquellos costosos aparatos, al igual que los de hoy, procesaban datos. Datos de vital importancia para gobiernos, para corporaciones y para algunas universidades. En torno a aquellos datos siempre rondó el secreto. Una vez procesados, se convertían en información para decisiones de estado –en  tiempos de guerra fría– o para decisiones corporativas en medio de economías más centralizadas. En una época en la que todavía no existían los computadores personales y aún no había pasado un lustro de la primera conexión a través de lo que posteriormente conoceríamos como internet, muy rara vez esta información era pública.

El final de aquella década de 1970 trajo consigo una gran revolución: la irrupción de los computadores personales. La miniaturización de los procesadores en pastillas de silicio permitió crear microcircuitos que sustituyeron a los antiguos tubos de vacío y a los transistores, lo cual trajo como resultado la fabricación de equipos más pequeños que podían ser dispuestos en un escritorio. No obstante, su uso implicaba una larga curva de aprendizaje para dominar al menos un lenguaje de programación, así como los comandos y la sintaxis de un sistema operativo.

La masificación comenzó en los años ochenta cuando  las interfaces gráficas simplificaron el uso de los equipos. Su operación, a través del ratón, permitió que más personas comenzaran a interesarse en ellos, especialmente quienes no tenían una formación en el ámbito científico. De esta manera, artistas, creadores de contenido, humanistas, diseñadores, bibliotecarios, entre otros, pudieron incorporarse más fácilmente a la revolución digital.

Paralelamente a este proceso, internet fue creciendo sin parar en tres etapas. La primera tuvo lugar a partir de 1969, año en el que se realizaron sus primeras pruebas con fines militares, creando la red que se conoció como ARPANET  para interconectar los sistemas informáticos de diversas universidades y centros de investigación que estaban realizando proyectos relacionados con la seguridad y defensa de los Estados Unidos. La segunda etapa incorporó a todas las instituciones educativas y científicas de ese país transformando, a mediados de los años 80, la red ARPANET en la red de la National Science Foundation (NSFNet). Esto implicó un crecimiento importante tanto del número de usuarios como del tipo de contenidos que eran compartidos telemáticamente. Por último, la tercera etapa tuvo lugar con la aparición de los proveedores de servicio para la conexión a internet alrededor del mundo, permitiendo que cualquier ciudadano pudiese tener acceso a la información que por esa red circula.

El cambio de ARPANET por la NSFNet representó un hito importante en el desarrollo del paradigma del Conocimiento Abierto. Mientras los equipos de computación bajaban drásticamente de tamaño y la computación personal iba ganando cada vez más terreno, los datos que circulaban por estas redes, pasaron de ser fundamentalmente militares a conformar  contenidos académicos y científicos, quitando así el halo confidencial que tenía la red cuando se usaba para transmitir información sobre seguridad y defensa.

Fue entonces cuando la red vivió su primer momento de expansión, incorporando a las grandes bibliotecas universitarias, a los centros de investigación y a los académicos de los centros educativos más importantes de los Estados Unidos. Gracias a ello, durante la década de los años ochenta, la comunidad científica internacional entendió la importancia de vincular sus sistemas de información a una única gran red de redes y se abocó a ello. Por primera vez en la historia, los investigadores podían desarrollar y compartir conocimiento de manera virtual, rompiendo de esta manera con las nociones tradicionales de tiempo y espacio, acelerando drásticamente el desarrollo de nuevas ideas y teorías.

El siguiente hito lo representó la masificación de internet como medio de comunicación. De manera exponencial, el común de las personas fue contratando servicios de conexión para poder tener acceso, cada vez más veloz, a la red. Esto les permitió entrar en contacto con un sin fin de contenidos que antes estaban completamente fuera de su alcance. Los medios masivos de comunicación también se vincularon a las redes y el drástico aumento de la capacidad de procesamiento de los computadores personales permitió que pudieran incorporar todo tipo de contenidos más allá del uso de textos, con lo que las fotos, los videos y los sonidos digitales se convirtieron en elementos de viaje cotidiano por las redes.

La llegada del ciudadano común a internet también benefició a la comunidad científica y académica porque representó, en muchos casos, el acceso a un grupo enorme de sujetos de investigación, con la posibilidad de hacerles encuestas, invitarles a participar en estudios, analizar los contenidos que estos publican y, de esta manera, obtener infinidad de datos para nuevas investigaciones. La presencia digital del ciudadano común representó y sigue representando, cada vez más, un gran espacio de investigación social.

Con el cambio de siglo llegaron nuevos hitos: la miniaturización y las redes sociales, la irrupción de tabletas y teléfonos móviles, todos con conexión a internet, con sistemas de geolocalización y con la posibilidad de instalar aplicaciones para satisfacer las más diversas necesidades. La computadora, en forma de teléfonos y relojes, ha pasado a ser compañera permanente de cada persona y, en este momento, la gran red de redes está bastante cerca de contar con la mitad de la población mundial entre sus usuarios, mientras hablamos del internet de las cosas.

La riqueza que brinda esta realidad es inconmensurable. Hoy podemos contar con softwares desarrollados gracias al concurso de cientos de miles de personas en todo el mundo o con enciclopedias abiertas, elaboradas de manera colectiva, o acceder a consorcios de bibliotecas que, al agruparse entre sí, disponen de fondos nunca antes vistos.

Los científicos que están desarrollando nuevas patentes, las grandes y pequeñas corporaciones, los ejércitos y los grupos de poder siempre tendrán datos sensibles que deben mantener en secreto. No obstante, con el paso del tiempo, esto se hace cada vez más difícil. Gracias a la digitalización de la información, a la miniaturización y a la interconexión de todos los equipos informáticos del mundo en una gran red, las filtraciones de información pueden darse en cualquier segundo, obligando a estos grupos a gastar mucho dinero en seguridad informática, por un lado, y a desarrollar gestiones transparentes, por el otro.

Hoy estamos viviendo una era transmedia, donde el contenido es publicado por millones de usuarios en todo el globo a través de bases de datos colaborativas desarrolladas de manera ad hoc para redes sociales, blogs e infinidad de sitios web compuestos por números, textos, fotos, videos, esquemas, dibujos, mapas y sonidos interconectados entre sí. Esos mismos millones de usuarios cuentan a su vez con el mayor espacio de contenido jamás visto para obtener información. La era del big data llegó para quedarse.

Ante esta realidad, incluso han surgido nuevas profesiones, como la del científico de datos, llamado a relacionar, comparar y analizar estas cantidades ingentes de información que, una vez procesada y publicada, se convierte a su vez en insumo para nuevas relaciones en un círculo infinito de semiosis ilimitada.

Nadie debe quedar por fuera. Es por ello que cada vez son más los medios informativos, las universidades, los centros de investigación, de documentación y las bibliotecas del mundo que han decidido abrir sus contenidos para todos, generando un espacio de aprendizaje colectivo nunca antes visto en la historia de la humanidad.

La tercera década del siglo XXI –los nuevos años 20– promete ser la era de la consolidación del paradigma del conocimiento abierto. El sueño cristalizado de la antigua Biblioteca de Alejandría apenas comienza.

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