Sobre cómo entrevisté a Edicson Ruiz en Berlín

Cuando era niño, según cuentan, mi papá solía escuchar con frecuencia la quinta sinfonía de Beethoven. Apenas estaba yo aprendiendo a hablar y le pedía que me pusiera el “parapapán”, onomatopeya que usaba para distinguir el inicio del primer movimiento y que hoy treinta y largos años después, mi hija Sofía desde que comenzó a hablar también pide. La única diferencia es que para ponerme la música a mí, papá usaba una cinta magnetofónica y en el caso de Sofía, usamos un DVD de Baby Einstein.

Recuerdo bien aquellos cassettes. Todo un alarde de tecnología a principio de los años 70. Papá, además de la 5ta, solía oír mucho la 6ta, mejor conocida como la “pastoral”, también el 1er concierto para piano de Tchaikovsky, que comienza violentamente con los cornos franceses y la orquesta completa, así como la novena sinfonía de Dvořák, “Del Nuevo Mundo”. Me acuerdo de mí mismo, de unos 12 años poniendo esas cintas y conversando con mi papá sobre algunas de esas obras. Había algo en común que tenías esos cassettes. Todos tenían un escudito amarillo con un texto en letra cursiva que decía Deutsche Grammophon; todos eran de la Orquesta Filarmónica de Berlín y todos contaban con la dirección de Herbert Von Karajan.  Era su director favorito, y aunque podía ceder en la compra de obras ejecutadas por otras orquestas y otros directores, la calidad de la grabación tenía que ser de la Deutsche  Grammophon.

Quien me diría a mí, cuando solía poner aquellas cintas de mi papá, que un día de marzo, con la primavera a punto de retoñar, me iba a sentar en el café de los músicos de la Filarmónica de Berlín (donde seguramente Von Karajan comió más de una vez), a hacer una entrevista. Si eso ya de por sí era difícil de imaginar, lo que parecía imposible es que la persona a la que estaría entrevistando sería un venezolano que ingresó a esa, considerada por muchos como la mejor orquesta del mundo, con apenas 17 años de edad.

El domingo, fecha de mi viaje a Alemania pensaba que las cosas no iban a salir. Había tratado de contactar previamente tanto a Gustavo Dudamel como a Edicson Ruiz para poder entrevistarlos en Berlín. Las diversas vías que utilicé para establecer los contactos resultaron infructuosas. Así que ese 15 de marzo me dije a mi mismo, “bueno, al menos tengo una entrada para la ópera esta noche y veré a Gustavo Dudamel dirigiendo Don Giovanni en la Staatsoper”.

“Allá tocaré la puerta en el camerino”, le dije jocosamente a un amigo antes de salir para Alemania, cuando me preguntó si había podido por fin hacer los contactos. Y fue lo que me faltó hacer. El domingo, al terminar la ópera me aposté desde las diez hasta pasadas las once de la noche en la salida de los artistas de la Staatsoper para esperar a Gustavo Dudamel y uno a uno fui viendo como salían los músicos, los cantantes, pero el director brillaba por su ausencia. O salió muy rápido o muy tarde o a lo mejor durmió en el teatro. Ya cuando fueron las once, la plaza estaba sola, y por muy alemana que sea, yo me encontraba en una ciudad desconocida, así que decidí irme.

A la mañana siguiente, día lunes, me levanté decidido a hacer una de las dos entrevistas. Sabía que la de Edicson Ruiz era la más importante porque es él quien vive en Berlín. Con Gustavo Dudamel tengo más posibilidades de coincidir en otros sitios en el futuro. Así que apelé a la guía telefónica. Había varios Ruiz, pero ningún Edicson. Decidí entonces irme a la sede de la Filarmónica que está ¿dónde más? en la Herbert Von Karajan Strase. Al llegar, me encuentro con que las puertas de acceso público están cerradas. Consigo una puerta abierta y sin encontrar a nadie en mi camino entré como “Pedro por mi casa”. Caminé por todo el hall del recinto, llegué a las taquillas y no había nadie por todo aquello. Pasé por el punto donde a los asistentes a los conciertos le exigirían la entrada y seguramente iba con cara de perdido. Me detengo al llegar a un punto donde no sabía  dónde ir y de la nada salió un vigilante.

El señor me pregunta algo en alemán y yo le digo en inglés que no hablo alemán. Cortesmente me interpela en un perfecto inglés británico, preguntándome por donde entré. Yo le explico que había una puerta abierta y nadie me detuvo. El se rió porque se dio cuenta que la seguridad, que es su trabajo, en este caso no había sido tan segura. Me pregunta que para qué estoy allí y le digo que soy periodista de Venezuela y que quisiera hablar con alguien de la oficina de prensa.  Me hace pasar a lo que después me di cuenta que es el pasillo de entrada por donde debí haber llegado y entiendo que había detectado mi presencia a través del circuito cerrado de televisión.

Le pido disculpas por entrar por la puerta trasera y me dice que no me preocupe, que la falta fue de ellos. Levanta un teléfono, marca unos números, me da el auricular. Yo, desconcertado, le pregunto por qué. Me dice “¿no quería hablar con la oficina de prensa?” Entiendí y esperé que me atiendan la llamada. Oigo una voz de mujer y me dice algo en alemán.

Yo le hable en inglés. Le explico que soy periodista, de Venezuela y que estoy haciendo un trabajo de investigación doctoral sobre “El Sistema” (en español) por lo que estoy interesado en entrevistar a Edicson Ruiz. Muy amablemente me dice que le deje mis datos para que ellos me contacten. Me pregunta cuándo me voy de Berlín y le explico que esa noche salgo a Dresde, pero que el miércoles vuelvo al mediodía para regresar esa noche a Madrid.

Me explica que Edicson tiene ensayo esa tarde. Que estará en el edificio a partir de la 1, pero que ella primero lo contactaría y que la llame a las 2 de la tarde para ver si él me va a poder atender. Quedamos entonces de esa manera. Eran casi las 12, por lo que me fui a un cibercafé a revisar mi correo. Días antes le había escrito al manager europeo de Gustavo Dudamel, cuya oficina está en Londres, a ver si me podía servir de puente para poder entrevistarlo mientras estoy en Berlín. En efecto tengo su respuesta: “desafortunadamente el señor Dudamel tiene su agenda de medios ya establecida para el resto de la semana por lo que la entrevista va a ser imposible”. Bueno, es lo que me esperaba. Sólo me quedaba ligar que Ruiz sí me pudiese atender.

El tiempo pasó rápido porque me puse a revisar mi correo y las notificaciones pendientes del Facebook. Además quería publicar en mi perfil que esa mañana, mientras iba a la sede de la Filarmónica de Berlín, me paré junto a los restos del infame muro que dividió esa ciudad en dos hasta 1989, con el pie derecho en el oeste y el izquierdo en el este (fue sólo una casualidad). ¡Qué momento tan sobrecogedor! Inicialmente no me di cuenta de lo que estaba haciendo, sin embargo, en lo que comencé a caminar me puse a pensar en todas las familias que fueron separadas por esa frontera absurda, me puse a pensar en todos los que murieron por tratar de cruzarla ilegalmente y en todos los que devolvieron cuando quisieron hacerlo de forma legal.

Recordé las imágenes en la TV, en 1989 cuando los jóvenes, siempre los jóvenes, esos maravillosos e incontenibles jóvenes tumbaron el muro. Pensé en Mijail Gorbachov, en cómo decidió por el colectivo dejando pasar su oportunidad de ser otro dinosaurio por 30 años más. Me acordé de Venezuela y de nuevo pensé en los jóvenes. Ellos son la esperanza de nuestro maltrecho país. Ellos son los que tienen que demandar y exigir los cambios que hacen falta, y lo están haciendo.

En fin, en el camino entre el muro y la Filarmónica de Berlín fue inevitable que se me aguaran los ojos y pensaba “que nunca mi hija Sofía ni sus generaciones se vean en la lamentable y terrible situación de vivir en una ciudad como el Berlín de la Guerra Fría”. Necesitaba gritarle al mundo que había puesto un pie en el este y el otro en el oeste, aunque a buena parte de ese mundo le importara un pepino. Pero qué bueno poder gritarlo. Qué bueno poder decirlo a “vivavoce” y no a “sotovoce”, aunque nadie de un medio por lo que diga: ¡Yo soy Osvaldo y puse un pie en el este y el otro en el oeste y no me oriné en la cortina de hierro por cuestión de educación  y no quiero que nunca ni mis generaciones ni las de nadie tengan que vivir en un sitio en guerra! Porque aunque fuera fría, Berlín (y el mundo), hasta 1989, seguía en guerra.

Pensando en esto se hizo la 1:45 cuando llegué a la Philharmonie otra vez. Ya el vigilante es mi amigo, le hago señas por el vidrio. No quise entrar inmediatamente por mi descortés irrupción matutina. El me dice riendo que por el vidrio no se puede hablar y me hace señas para que pase. Llamamos a la encargada  de prensa, quien a estas alturas ya sabía que se llamaba Frau Schneider, no atiende nadie. Tanto el vigilante como yo suponemos que está comiendo. Me dice que hay otra entrada donde hay sillas, que puedo esperar allí y hay otros vigilantes que pueden hacer la llamada interna a la oficina de prensa.

Decido esperar hasta las 2. A esa hora le digo al nuevo vigilante que Frau Schneider está esperando mi llamada. Él llama, ella le dice que bajará a buscarme. Al rato aparece una señora muy distinguida, vestida de marrón y cabello canoso, de unos cincuenta y tantos (que me perdone si son menos), con todo el distinguido aspecto que uno esperaría de la directora de prensa de la filarmónica de Berlín. Me dice que espere allí, que Edicson está por desocuparse y que tan pronto eso ocurra ella lo llevaría hasta esa recepción. Le doy las gracias y cuando está por irse me pregunta si no prefiero pasar al edificio y esperar en la cafetería de los músicos, a mis adentros grité “por supuesto” pero a ella le dije que cómo no y le agradecí otra vez.

El café era un largo pasillo con una barra y varias mesas. Todo el espacio estaba rodeado de Maletas para instrumentos. Especialmente cajones para contrabajos. También había atriles y unos timbales. Pedí una cocacola en la barra y cuando me la dieron me senté en una mesa a esperar.  Comencé a pensar en toda la historia que tendría ese lugar. ¿Cuántos grandes músicos, concertistas, directores se habrían sentado en aquel lugar? No podía creer en dónde estaba sentando.

No habían pasado cinco minutos cuando Frau Schneider volvió con Edicson Ruiz quien al saber que era venezolano me saludo desde lejos. Llevaba consigo el contrabajo, en un estuche que arrastraba como si fuese una carretilla. Siempre que veo un músico cargando un contrabajo pienso lo bien puesto que tiene el nombre ese instrumento: “con-trabajo”.

Se acerca a la mesa y me pide unos minutos más para dejar el instrumento en la sala de conciertos, la cual aparentemente estaba muy cerca de allí porque volvió muy rápido pero lamentablemente no la pude ver. Volvió y comenzamos la entrevista. Al terminar me sentí satisfecho. Logré lo que quería a pesar de los obstáculos.

Vendrían dos noches en Dresden (Dresde, en español), a sólo 2 horas y media de Berlín. Allí pude ver a Adriana y a su familia. Estudié con ella 4to y 5to año de bachillerato. Conocí a Thomas, su esposo, un alemán simpatiquísimo y a Marco, su pequeñín de 3 años, un hermoso catire de ojos marrones, muy vivaz, despierto y juguetón.  Viven en una linda casita centenaria en una villa rural de las afueras de la ciudad. En Dresde vi mucha historia, palacios medievales, barrocos y clásicos, iglesias protestantes y católicas. Setecientos años de historia pasaron por delante de mis ojos.

El miércoles volví a Berlín. Llegué al mediodía, mi autobús me dejó en el aeropuerto pero mi avión a Madrid no salía sino hasta las 7:30 de la noche. Conseguí un lugar donde me guardaran el equipaje para poder irme a la ciudad en autobús. Medito sobre qué hacer en Berlín. Frau Schneider me había dado el nombre del encargado de prensa del Staatoper para tratar de contactar a Gustavo Dudamel y si no hacerle la entrevista, al menos cuadrar para el futuro. Sin embargo, no quise llamarlo porque me parecía un poco irrespetuoso decirle al señor que necesitaba una entrevista con Dudamel en las próximas dos horas porque a la noche salía a Madrid. Eso es algo que ni siquiera le pediría a la gente de prensa de FESNOJIV (el Sistema) aunque sé que si lo hiciera y estuviese en sus manos me ayudarían.

Pensando en esto estaba cuando llegué una vez más a la Ópera de Berlín. El edificio está en la avenida Unter Den Linden, separado de la Biblioteca principal de la ciudad por la Bebelplatz. Decido apostarme una vez más a montar guardia en la esquina donde está la puerta del personal, la cual está diagonal a las oficinas y frente a la Catedral Católica de Berlín, la iglesia de Santa Eduvigis, no sin antes comerme una salchicha alemana con pimienta de cayena y kétchup en un kiosquito.

Allí estuve unas tres horas. Caminaba hacia la plaza, luego a la iglesia, luego a las oficinas de la Staatoper ¡Y qué frio hacía! Afortunadamente tengo un magnifico abrigo de plumas que me obsequió mi madrina. Iba y venía para calentarme y de cuando en cuando tomaba una foto.  Decido que esperaré hasta las 5. De pronto,  a las 4:45 se abrió una de las puertas de personal y veo una cara conocida. Desconcertado trato de ubicar quién es. No era el Maestro venezolano, pero la cara se me había hecho demasiado familiar. El señor en cuestión cruzó la calle y me pasa como a dos metros. Cruzamos miradas. Era nada más y nada menos que el Maestro Daniel Berenboim ¡Increíble! Seguro que si hubiese decidido hacer mi investigación sobre su Western-East Divan Orchestra me habría encontrado esa tarde con Gustavo Dudamel. La ley de Murphy, le llaman.

Tratando de entender lo que me acababa de pasar, no tuve oportunidad de hablarle. Habría sido interesantísimo entrevistarlo pero no estaba preparado. Al menos habría querido darle las gracias, como ciudadano del mundo que soy, por el esfuerzo descomunal que ha hecho para buscar puntos de encuentro entre árabes y palestinos a través de la música.

Este encuentro me hizo darme cuenta que ya era hora de partir. Tenía que ir al aeropuerto a tomar mi avión a Madrid. Ya había esperado suficiente por esta vez. Cerraba de esta manera un capítulo en este viaje de experiencias que ha representado para mi venir a Europa a estudiar y confirmo, una vez más, que el aprendizaje es permanente, un proceso dinámico que nunca termina.

Tanto en Berlín como en Dresde vi la historia ante mis ojos, me paré en el muro, vi con mis propios ojos el Philharmonie de Berlín, escuché el órgano de la Catedral de Santa Eduvigis, fui por primera vez a la Opera y vi Don Giovanni dirigida por Gustavo Dudamel, vi un violín Stradivari, un clavicordio de 1618 y entrevisté a Edicson Ruiz. Me queda pendiente ir a un concierto de la Filarmónica de Berlín, eso lo quiero hacer con mi papá y a Dudamel ya lo entrevistaré. Sea en Londrés, sea en España, sea en Caracas. Antes de julio lo habré hecho, lo sé. Así que, como siempre,  ya tendré la oportunidad de continuar esta historia.

2 comentarios en «Sobre cómo entrevisté a Edicson Ruiz en Berlín»

  1. Osvaldo, acabo de leer tu periplo alemán y me ha recordado el viaje «Ruta Bach» que hice el verano de 2007. Estuve en los mismos sitios aunque no pude entrar en la Filarmónica, pero sí saqué, como tú, montones de fotos… algunas en la web (puedes copiar el enlace y ponerlo en el navegador):
    http://web.mac.com/pablosiana/iWeb/Pablo%20y%20Asun%20desde%20Siana/A0B31EC2-C416-42DF-910D-DFE6484181B3.html
    Y al poco fue cuando quemó el edificio. Sobre tantas cosas en común que tenemos (yo estoy en los 50 años) disfruto leyéndote.
    Gracias por compartirlo con todos y perdón por «el rollo».
    Pablo Álvarez. Siana, Mieres (Asturias)

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